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Abraham Chible, el bolichero de Balmaceda: un mercachifle árabe llegado de Bethelem

Por Óscar Aleuy / 1 de octubre de 2023 | 22:16
El boliche de don Abraham en Balmaceda. Aparece él, su hijo Omar y su esposa Herminia (Foto familiar). En la otra imagen, Doña Herminia junto a sus tres hijos, Yunis, Omar y Yalile Chible Bergogne .
Los primeros pasos de un inmigrante árabe llegado a Balmaceda hacia 1911. Lo conocí en Ñuñoa junto a su mujer…
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Viví un año y medio con Abraham Chible en una casa de cal pintada de blanco en Ñuñoa. La calle se llama Exequiel Fernández, en honor a un destacado hombre público vinculado a latifundios y apellidos ilustres, una arteria larga y arbolada que nace en Irarrázabal, pasado el antiguo Banco del Estado frente a la Posta del barrio. Nos llevaron a vivir ahí en tiempos de la educación humanística de fines de los 60, cuando mi padre había vendido una casa en Coyhaique y pensaba que con ese dinero educaría a sus hijos. Si educarse es recibir abrazos y que a uno le entreguen un certificado de egreso, yo jamás me eduqué, ni ahí en ese colegio caro, ni menos en una universidad llena de tomas, revoluciones y clases suspendidas. Tal vez me salvé de lo peor porque iba por mi cuenta a leer muy a gusto a los institutos y bibliotecas públicas, incluso me instalé una semana entera a traducir al inglés el efusivo primer capítulo del Quijote, con un fondo apacible del adagio en G Menor de Tomaso de Albinoni.

Este señor Chible era Abraham Chible Daas y se había instalado en Balmaceda a principios del siglo XX con un bolichongo abarrotado y lleno de planes secretos para conquistar la pampa y hacerse buhonero o mercachifle, como ya lo era en su tierra natal, Bethelem, donde había nacido el 19 de Junio de 1886. 

Primeros movimientos de la familia

En 1906 decidió acompañar a sus padres a América, pasando por Italia y Gibraltar hasta aparecer en las costas de Brasil. Cuando desembarcaron en Buenos Aires, se vieron obligados a trabajar dos años antes de venirse a la Patagonia en un tiempo en que le llegó (ni supo por qué) la oportunidad de aprender el oficio de mercachifle. Entonces se trasladaron a Mendoza y trabajaron en faenas de despeje de vías férreas, en calidad de obreros, cuando todos estaban haciendo lo mismo. Al llegar a la precordillera de Arroyo Verde en 1910, se instalaron ahí con una fonda y poco tiempo después volvieron al Ginger afincándose en las costas del Lago Buenos Aires.

En Balmaceda, a unos 45 kilómetros de Coyhaique se iniciarían las primeras labores de mercachifleo. Se hicieron asiduos del lugar porque desde el primer día les empezó a ir bien con esa gente de paso, hombres a pie, familias y jinetes que entraban y salían por el pasadizo balmacedino.

Tanto le gustó a Abraham que se incrustó en la pequeñita sociedad, apadrinando y trayendo por cuenta propia al primer profesor del lugar, pagándole el sueldo de su bolsillo y asociándose con su yerno Carlos Asi con quien instaló dos negocios, uno en Coyhaique y otro en Balmaceda. Estando en esos trances de la vida, conoció a la voluntariosa Herminia Bergogne con quien compartiría la vida para siempre. 

La casa color ocre castaño claro de Exequiel Fernández (Foto familiar)

La casa de Exequiel Fernández

Fue ahí, en esa casa de cal de la calle Exequiel Fernández que me pude adentrar plenamente en el alma de ambos, con lo cotidiano pegándonos manotazos fuertes durante año y medio.

Por esos días nos íbamos al fondo del patio donde había unas ramas secándose (pero dando sombra) y nos sentábamos a charlar. Qué feo y viejo era Ñuñoa en los años 60 cuando me encontraba cursando el quinto de las humanidades. Todo se caía a pedazos en esa casa pintada de un tono ocre castaño claro. Y este señor Abraham se volcó, lleno de luces, a contarme detalles sobre su vida, sin tapujos ni omisiones.

Detalles minuciosos de su palabra

Sonriendo y de buen humor me llevó a la formalización del club de los socios de Balmaceda, creado sólo con descendientes árabes llegados para establecerse en la estepa fronteriza. Eran cerca de treinta paisanos que ya vivían ahí en medio de una inusual batahola de nacionalidades y ciudadanías. En Balmaceda convivían argentinos y españoles, alemanes y orientales, cuando Abraham Chible Daas inauguró una pulpería. Este lugar provocó en esos tiempos un verdadero cambio en el comercio y a las actividades sociales. Se formalizó el Club Internacional y a él pertenecían los socios árabes en su mayoría, pero también muchos chilenos avecindados y argentinos de paso. Los árabes mandaban en el pueblo, según Chible, organizando instituciones como ésta con la obligación de ayudar a la gente más necesitada. 

Los primeros días de Balmaceda encontraron a Abraham Chible convertido en un visionario comerciante. Era un hombre tranquilo y bonachón como un huerto colorido, y se había convencido de que su misión era la de promover el nacimiento de un insignificante villorrio. En realidad, este lugar sigue tal cual fue. Nunca crecería en décadas. 

Su voz rescató detalles que es necesario atrapar en este espacio. Los primeros recuerdos lo situaron mucho antes de llegar, con vivenciales trabajos de aradura en los terrenos infecundos de Baddah, donde vivía sembrando lentejas y ofreciendo sus productos en los sagrados escenarios de Bethelem, con un carrito tirado por una burra y una mula, reunido en torno a un típico familión laboral de cuatro hermanos y sus padres Mustafá y Jatma Daas que eran de Damasco, a los cuales dejó en Arabia al momento de venirse a América y quedarse en Aysén en 1909.

Los inicios

Y entonces, ¿cómo se inició? Le gustó ser comerciante mercachiflero en 1910, por los yermos pasajes infinitos de la costa del Lago Buenos Aires, donde se instaló rodeado de paisanos en las oscuras fondas de Balmaceda, unas tienditas de paso que recibían clientes habituales, a los que incluso daba de comer y beber, pues había yerba, harina, vino, ginebra, tabaco, todo traído de Argentina y libre de impuestos. 

La gente de acá de los poblados cercanos eran sus principales clientes, con sistema de fianzas al año y mercaderías que se pagaban con la producción anual. Se manejaba tan bien el sistema que ningún hombre quedaba debiendo. Todo se pagaba ya sea con plata o con animales. Aquellas escenas eran parecidas, con los carros llenos de lana y los comerciantes atando nerviosamente sus cabalgaduras a los varones para tratar con aquel que llegaba para ponerse al día. En medio del polvo de las pampas, el sol de los veranos y el silencio dilatado de la lejanía, se cerraban tratos preferenciales con aquellos que traían las primeras bolsonadas. Y luego con otros y otros en un desfile de nunca acabar. Conservas, vicios, géneros eran entregados a los clientes habituales del antiguo poblado. A veces, un piño de doscientas o trescientas ovejas esperaba afuera.

Eran tiempos perfectos para la vida, con movimientos de chatas que llegaban del otro lado y se quedaban merodeando por las cercanías, sin entrar nunca a los collados o altozanos del Simpson. Nadie había traspuesto aún las selvas pues no se habían construido caminos. Eran tiempos luminosos para salir a entreverarse con las tradiciones gauchas, con las fiestas camperas y algunas tímidas ramadas con acordeonistas, tiros a la taba o juegos del truco y del mús. En esos escenarios llegaban a verlo los vendedores de lana y los compradores de animales. El Chible joven, el Chible mocetón y bien dotado, delineaba de esa manera su futuro. 

Un recorte olvidado

Voy a mencionar, de entre varios recortes ya archivados en la nube, éste, que sintetiza por fin la mejor descripción de lo que se ha visto en esta página sobre el tema que hoy se comenta:

El boliche no tenía nombre específico y sólo lo conocían como Tienda y Almacén de Abraham Chible, y era una especie de pulpería de ramos generales, para que los vecinos puedan entrar ahí y compren lo que sea, una rueda de carreta, un par de botones o mejorales. Más allá, acomodados sacos de papas, sedas y zapatos, artículos de ferretería, bodega de vinos, todo lo que pudiera demandar una clientela y pudiera transportarse. Si nos acercamos al boliche de Chible, era una pieza espaciosa y amplia, con una buena estufa marca Volcán pintada de gris instalada a un costado para enfrentar las temperaturas bajo cero más bajas del planeta y donde los inviernos normalmente duraban unos seis meses. Hasta este lugar llegaban los peones y la gente de las estancias La Elida y Huemules, la Ghío, la Anita, la de Coyhaique. Muchos campesinos chicos manejaban carretas de bueyes para transportar esas lanas a Puerto Aysén en cargamentos pequeños. Los Villagrán, Juan Fuentes y Moisés Bravo, pasaban también por ahí.

Cuando llegaba alguno de estos ganaderos al bolichongo, éste aplicaba el sistema de cuentas corrientes, por medio del cual trocaba el producto entregado por mercaderías que pedía solamente una al año. Cuando llegaba el período de la esquila, Abraham recibía esa lana, la pesaba, calculaba el precio y cerraba el trato. En ese momento el productor traía tantos pesos en lana, se sumaba lo que había pedido durante el año, se calculaba después la diferencia correspondiente y el resto se le pagaba en plata o antes de pagársela se volvía a aperar de vicios para el año que iba a iniciar. Con la entrega de la lana pagaba la cuenta del año pasado y compraba los vicios para tratar de cubrir las necesidades del año que comenzaba.

El árabe Chible Daas falleció durante el plebiscito de 1988 que definía el retorno a la democracia, tal vez tensionado por los momentos de decisiones históricas que se vivían cuando regresaban esos tiempos ya olvidados. 

Su memoria traspuso las fronteras de la vida y se quedó latiendo entre nosotros. Su recuerdo le puso nombre y apellido a una existencia invaluable y eterna, llena de gracia, amor y complacencias.

Su genial talento natural de mercachifle que transportó en su cabeza como una idea peregrina sacada desde sus pueblos orientales, no puede ser algo ni superfluo ni redundante. 

Por eso, este famoso Chible hoy está todavía entre nosotros.

 

OBRAS DE ÓSCAR ALEUY

Óscar Aleuy, escritor coyhaiquino

La producción del escritor cronista Oscar Aleuy se compone de 19 libros: “Crónicas de los que llegaron Primero” ; “Crónicas de nosotros, los de Antes” ; “Cisnes, memorias de la historia” (Historia de Aysén); “Morir en Patagonia” (Selección de 17 cuentos patagones) ; “Memorial de la Patagonia ”(Historia de Aysén) ; “Amengual”, “El beso del gigante”, “Los manuscritos de Bikfaya”, “Peter, cuando el rock vino a quedarse” (Novelas); Cartas del buen amor (Epistolario); Las huellas que nos alcanzan (Memorial en primera persona). 

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