Que los animales son considerados como bienes muebles semovientes por nuestra legislación, no debería ser novedad para nadie en nuestro país, aunque sí motivo de preocupación. Que la comunidad científica internacional los considera como seres sintientes y capaces de expresar emociones, todos debiésemos saberlo.
Por años los médicos veterinarios trabajamos e investigamos para obtener una ley de protección animal (20.380) y una ley de tenencia responsable (21.020) que nos acercara a los estándares de los países más desarrollados en cuánto a la relación con los animales se refiere, pero pareciera que aún estamos al debe.
Desde el año 1997, conmemoramos el Día Internacional de los Derechos Animales, lo que para muchos podría significar tan solo un motivo de discusión basada en tecnicismos legales respecto de si los animales deberían tener, consecuentemente, deberes, sin embargo, lo que nos debiese preocupar como ciudadanos, independientemente de la especie a la que pertenezca el animal, es definir cuál es el tipo de relación que como sociedad queremos construir y mantener con ellos. ¿Queremos continuar considerándolos como un recurso que nos permite satisfacer nuestras necesidades? O bien, ¿estamos dispuestos a comprender que cada animal tiene una personalidad que lo hace único y, por lo tanto, como seres humanos tenemos el deber ineludible de reconocerlos y respetarlos por lo que son?.
Desde la academia estamos convencidos que el vínculo humano animal, más que un concepto socialmente bienvenido, es motivo de preocupación y atención, toda vez que la forma en que nos relacionamos con los animales, muchas veces, constituye un buen indicador de cómo lo hacemos con nuestros pares.
Relacionarse con animales permite cultivar y conocer las emociones, sobre todo, las positivas, que, sin duda alguna, nos hace mejores personas.
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