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Valle Simpson, los primeros colones del Huemul

Por Óscar Aleuy / 4 de enero de 2025 | 14:31
Nerta Orellana Troncoso toma hoy sus recuerdos y el escritor los hace bailar con palabras. (Foto del autor y primera vivienda del lugar NLDA)
Nerta estaba de cumpleaños en el momento de terminar ayer estas líneas. Bella la hija de colones, conoció a todos sus primeros paisanos.

La primera noticia de ocupación del Valle Huemules indica que fue en la ribera sur del río Senguer, en la estancia de un hacendado de apellido Casarosa. Desde aquel lugar nacía el afluente Barrancas Blancas, donde Oscar de Fischer solicitó al hacendado una tropilla para la expedición oficial encomendada por el Ministerio. En el intertanto, el expedicionario supo por relatos de los mismos colonos que esas carretas y tropas habían servido para transportar media docena de familias polacas que habían llegado recién de Europa por la parte superior del río Huemules, un brazo del río Aysén. En buenas cuentas, se trataba de una colonización argentina dirigida a suelo chileno, lo que causó una gran conmoción en el funcionario.

En 1902 sería Sir Thomas Holdich, delegado del tribunal arbitral, quien manifestaría que aquellos emigrantes eran pobres y buscaban refugio en alguna parte del mundo. Se dijo de ellos que desconocían técnicas agrarias y eran incapaces de sobrevivir bajo condiciones adversas. Cuando comenzaron a morir de hambre hubo que devolverlos a su país. Se supo que, de aquella colonia de europeos, sólo permanecieron en el lugar dos jóvenes mujeres que se quedaron a vivir con un ciudadano francés a orillas del río Mayo.

La regularización de los colones

Escena del pasado lejano del futuro poblado de Valle Simpson (Foto Mora)

Lo que sería Valle Simpson dejaría paso a sus primeros colonizadores. La gente que entrevisto tienen metida en la cabeza el apellido de Cristóbal el genovés, nombrando no a los colones sino a los colones, por su nombre. Desde la histórica arremetida de Foitzick, que en 1913 contravino las convenciones de la Administración cruzando las alambradas con métodos propios, pasarían más de cien familias pioneras cuyos apellidos se conservan hasta hoy en pasmosas y erráticas genealogías con poca o casi nula relevancia oficial.

Lo que ocurre sí es relevante es que esos colones exigen al Estado la regularización de sus títulos de dominio, produciéndose dos instancias bastante claras. La circular del 1 de Enero de 1915, por ejemplo, en la que Angus Mac Phail, administrador de la Compañía, solicita a los pobladores que retiren sus animales del valle. Y en carta firmada por los pobladores y su líder José Antolín Silva, quienes solicitaban tramitar la radicación definitiva. La respuesta no se hace esperar y John Dun, el presidente de la Compañía, estima conveniente poblar al norte del río Simpson, ofreciéndoles a los colonos hijuelas de 40 hectáreas o arriendo por praderías.

Un hecho importante viene a precipitar los acontecimientos el año 1914, lo que deja establecidos los parámetros para comenzar a comunicar la vida de los pobladores que estaban ya instalados. Se trata de la construcción del camino, cuyo diseño debería seguir el borde costero del río Simpson en su máxima extensión posible hasta llegar hasta donde comenzaban los campos de Manque y Millar. El primer despeje de los tramos lo efectúan entre 1915 y 1916 dos capataces cuadrilleros: Benito Rey y Rudecindo Vera Márquez.

El valle grandioso y feraz atravesado por el Río Huemules: Valle Simpson antiguo (Foto Mora)

Movimientos en la estancia

En 1919 se cambian definitivamente los deslindes que corresponden a la Sociedad Industrial del Aysén, quedando renovada el área total de estas posesiones arrendadas. Un año más tarde, en febrero de 1920 se produce una histórica reunión de pobladores en los recordados Almacenes Coyhaique, los que estaban primero en la Estancia y luego se levantarían en Horn esquina Bilbao. No hay que obviar aquí la presencia de Alberto Brautigam, cadete de contador de la Compañía, quien trabajaba en la Escuela Agrícola. Cuando quedó a cargo de los almacenes, debió renunciar a su cargo. A la reunión en el primer emplazamiento de los almacenes, fue invitado el Subdelegado del Valle Simpson don Sandalio Bórquez, quien tuvo como principalísimo objetivo ordenar las ocupaciones de los pobladores en un solo sector, a fin de administrar coherentemente las producciones y los trayectos. 

Poblamientos espontáneos: Inayao

En 1921 ya se encontraban ocupando las tierras libres de Valle Simpson un total de 155 pobladores, de los cuales 138 eran chilenos, 5 españoles, 1 austríaco, 3 árabes y 7 sin origen conocido. Cabe señalar que 120 chilenos eran repatriados de Argentina y el resto había llegado del Chile Grande.

El grupo, compuesto por diferentes personas, era considerado por algunos pasquines y sueltos de la época como enemigo de la Compañía, pero también aliado de ellos, dependiendo de las personas que lo conformaban. Este curioso parámetro refleja la importancia que los ingleses dieron a la producción lanar y el manejo racional del ganado en territorios arrendados, a fin de cumplir con las cláusulas concesionales del Estado. Por lo mismo, era imposible pensar en fundaciones de pueblos, ocupando los colonos suelos en forma indiscriminada y desregulada.

En un ambiente de criminalidad y soltura, era muy probable que las condiciones de vida de esos años hubiesen sido nefastas. Pero los que llegaron primero se quedaron igual, y comenzaron a avanzar por la vida. El primero y más antiguo poblador del valle Huemules se llamaba Gervasio Inayao, y llegó en 1904 desde La Unión. Siete años después recién entrarían Eduardo Foitzick, Claudio y Salomé Solís, Pascual Macías, David y Clorindo Orellana.

Nerta Orellana recuerda

Nerta Orellana ayer, durante la celebración de su cumpleaños (Foto su hijo Atilano González, Coyhaique)

Qué de recuerdos emergen silenciosos y sorprendentes de la boca de los que hablan mirando hacia atrás. Son de ese tipo de envoltorios que se lanzan al viento para que no regresen, porque se pierden para siempre, arrebolados por luces de tiempo.

Nerta Orellana es una de las más antiguas profesoras normalistas nacidas en el valle. Su biografía campea por libros, artículos y crónicas de antiguos diarios. Y su obra literaria es leída por muchos ayseninos.

La conozco ya varios años a doña Nerta, debido a que en 1987 fui a casa de su parienta en el valle, la Abelina Troncoso, mujer pionera que me contó también parte de su vida como partera y campesina de los años 30. Todos los que escriben y siguen escribiendo sobre el valle parece que no avanzaran más allá de una mera enumeración de datos. Pero ¿qué va pasando por debajo del río? Palabras golpeadas, fulgurantes, capaces de armar un vertiginoso panorama difícil de coger con los oídos. ¡Qué lindo era esto señor, qué cosas, qué detalles!

¿Se acordarán, suponemos, del sector de los boliches, que era una agrupación de una media docena de casitas alineadas al costado de la huella de polvo y tierra, donde vivía la mayoría de los vecinos de los años cuarenta antes de que llegara la era del ripio suelto? Comenta la profesora Nerta que a ambos lados de un camino angosto que no cambia, estaban ellos, los insignes vallinos en sitios donados por el primer Millar, don Clodomiro, el mismo espacio que hoy ocupa la escuela, la antigua donación que vio erigirse este sagrado lugar donde pocos le dieron importancia en los primeros momentos.

Clodomiro Millar no era descendiente de mapuches como su mujer Secundina Manque, aunque pensaba como ella. Tuvieron una decena de buenos hijos. Más allá de la escuelita estaba la casa de los Orellana Troncoso y la del peluquero Gregorio González con su mujer Elba Cárcamo y sus hijas, Lidia, Inés, Juanita y Raquel, más los varones, Román, Hugo, Francisco Juan. ¡Qué manera de tener hijos estos colonizadores! Por ahí cerca continuaba serpenteando el cerco de alambradas de la casa de los Arteaga González a quienes nombraban como vascos. Parece que el del vasco era el negocio mejor atendido y mejor surtido del naciente villorrio, ya que nunca faltaba nada y, además, porque tenía la novedad de mantener casi todo el día un hermoso radiorreceptor encendido, ya sea con música, ya sea con locutores, de preferencia sintonías de radios argentinas, porque no había otra cosa que escuchar. Nerta dice que cuando había que comunicar alguna noticia importante, el vasco abandonaba su vivienda y su negocio y llegaba casa por casa a contar la noticia con lujo de detalles, como ocurrió el día que fue declarada la segunda guerra. Mala cosa esa pues, una gran decepción y un desencanto en todo el mundo.

En la calle del frente, más alejada del resto, estaba la casa de dos pisos de Beño Millar con su mujer Lucinda García y sus diez hijos, rodeados de un fragante y tupido follaje con unos cien metros cuadrados de árboles frutales, manzanos, guindos, cerezos y perales. En dirección al sur, por la misma vereda se divisaba el hogar de Jerónimo y doña Eduvigis que ya habían engendrado seis hijos en 1942: Perico, Nino, Caco, Moroco, Nina y María. Frente a las casas del boliche, al otro lado de las callejuelas y encajado en un cerco de cajón, se encontraba el espectacular predio de Beño Millar con una inolvidable fisonomía de un siempre verde bosque de ñire, cuyas ramas naranjas y rojas cubrían de colores fuertes aquella parte del valle, provocando exclamaciones de admiración entre los que diariamente pasaban por ahí. Parece que esos árboles extraordinarios fueron todos consumidos por estufas y combustiones, pues el espacio ralo y vacío así parece indicarlo. Sólo los que vivieron en esos tiempos de niñez pueden corroborarlo. 

Nerta Orellana es nacida en esos sitios que no olvida esa sensación de pena por el vacío. Me lo plantea de esta manera: todo el sector a orilla del camino está poblado y la mirada se pierde a lo lejos, sin ver un solo arbolito, de los que aún están en mi memoria, computadora del cerebro. Todo cambia, la naturaleza, es atacada y aprovechada por el ser humano, que muchas veces, por ignorancia, destruye lo que algún día, forzosamente, tendrá que reconstruir. Se supone que serán otras generaciones las que se ocuparán de reparar y reponer lo perdido.

Arnulfo Troncoso Hermosilla es el paterfamilias de este grupo, un gorbeano decidido a venirse y a quedarse en Valle Simpson. El entorno del Valle en 1904 es un espeso bosque de ñires, lengas, ciruelillos y otros árboles autóctonos; no faltando los calafates y el michay. 

En 1904 limitaba sus deslindes en tierra de nadie, desde el río Arco hasta el Elizalde don Mercedes Valdés, que más tarde traería a su esposa, doña Trinidad Muñoz y a sus hijos mayores. En este lugar construyó su casa y nacieron los hijos e hijas menores. En total fueron tres hombres, Arturo, Manuel y Segundo y dos mujeres, Uberlinda y Emelina. Con los años formaron sus propias familias, dejando una gran descendencia. 

En el año 1911 llega por Balmaceda José David Orellana Lagos y ocupa una amplia extensión de terreno donde construyó su primera casa hasta Valle Simpson, pasando por el Blanco. Construyó su segunda casa muy cerca del actual puente del río Simpson. Pasando por el camino que va hacia Villa Frei, se puede divisar unos álamos muy altos y parte de la casa de don David. Los primeros años mantuvo a su familia en Balmaceda, hasta que pudo tener algunas comodidades en la casa del Valle, trasladando sus enseres junto con su esposa la señora Juana Carrasco Molina y sus hijos e hijas. 

El matrimonio era de Temuco, donde nacieron sus hijos mayores, Félix, Ernesto, Atilano, Pablo y Nolberto y tres mujeres: Margarita, Rosario y Rosalba. El padre de Nerta es el quinto y nació en Sarmiento.

En Valle Simpson, en casa nueva, nació Nolberto, en 1914. Es el único de los ocho hermanos, que sobrevivió hasta 2007, sus últimos años vivió en Cochrane. Igual, como lo hizo Mercedes Valdés. Cuando se casaba un hijo o hija le regalaba un campo con animales y una casita para empezar. Así fue como la propiedad más cercana a Balmaceda se la entregó a su hijo Félix. En el Blanco, donde se unen los ríos Huemules y el Blanco originando el río Simpson se lo regaló a su hija Rosario casada con don Juan Bautista Silva Ormeño. 

Más tarde, se casó la hija Rosalba con don Armando Rojas Martínez; ya bastante cerca de la casa patronal, le hizo el mismo obsequio, luego tío Pablo y a mi padre, colindando con su hermana. Pablo y Atilano se casaron con Domitila y Avelina Troncoso Quezada, respectivamente. David falleció en el año 1930. Nolberto, estuvo siempre cerca de abuelita y al casarse, vivió en lo que hoy pertenece a la Rioja, con su esposa Sabina. Ernesto permaneció soltero, con su madre por varios años. En 1940 contrajo matrimonio con Claudina Troncoso.

Ya eran varios los apellidos de pobladores de Valle Simpson llegados desde Argentina por el paso de Balmaceda: Solís, Macías, Castillo, Marchant, Pardo, Avendaño, Orellana, Aguilar, Valdés, Calderón. También otro grupo de pobladores que llegaron en barco a Puerto Aysén. Entre ellos, Arnulfo Troncoso Hermosilla, en 1917 con su esposa Amalia Quezada Hermosilla y sus tres hijitas: Abelina de 7 años, Domitila de 5 años y Sabina de 3. De regreso a su tierra se casó con Aurora Troncoso. Años antes se había venido a Valle Simpson, tomando posesión de un terreno a orillas del río Simpson. En un viaje a Gorbea se contactó con su cuñado y acordaron que se vendrían a Aysén juntos. Al viajar los abuelos dejaron en Gorbea a su hija de 4 años, Emelina con la abuelita materna.

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OSCAR  ALEUY, autor de cientos de crónicas, historias, cuentos, novelas  y memoriales de las vecindades de la región 

de Aysén. Escribe, fabrica y edita sus propios libros en una difícil tarea de autogestión. 

Ha escrito 4 novelas, una colección de 17 cuentos patagones, otra colección de 6 tomos de biografías y sucedidos y de 4 tomos de crónicas de la nostalgia de niñez y juventud. A ello se suman dos libros de historia oficial sobre la Patagonia y Cisnes. En preparación un conjunto de 15 revistas de 84 páginas puestas  en edición de libro y esta sección de La Última Esquina.

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