Una vez más, y mientras la Organización de Naciones Unidas se ahoga bajo la retórica del poder, Siria, encarnando la tragedia humanitaria más grande de nuestro siglo, se desangra por sus múltiples heridas. La muerte y el sufrimiento se han hecho tan frecuentes, que se hace evidente la agotadora persistencia de lo que Hannah Arendt definiera perfectamente como la banalidad del mal. Y claro, las últimas imágenes de civiles inocentes agonizando por el efecto de armas químicas confirman, al menos conceptualmente, una dicotomía fundamental: nuestros cuerpos se estremecen viendo las imágenes a la misma vez que, ya acostumbrados a la violencia gráfica, la asumimos como parte de una enajenada normalidad.
Al mismo tiempo, en Nueva York y lejos de los efectos del gas sarín, los grandes poderes se responsabilizan mutuamente de crímenes de guerra. Estados Unidos, en la última reunión de emergencia del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas, presentó una acusación directa no sólo al régimen dictatorial de Bashar al-Asad en Damasco, sino que a Rusia y a Irán como responsables de la matanza permanente e indiscriminada de sirios atrapados en medio de esta guerra incombustible. Rusia, por su parte, respondió como lo sabe hacer muy bien; atacando la legitimidad misma de Washington respecto a un supuesto doble discurso en crímenes de guerra. El embajador ruso en el Consejo de Seguridad no tembló por un segundo en negar cualquier tipo de responsabilidad en estos ataques; es más, ofreció -desde la retórica por supuesto- su completa disposición a permitir el ingreso de observadores internacionales a las zonas afectadas por estos ataques y confirmar, de acuerdo al argumento de Moscú, la inexistencia de rastros de armas químicas utilizadas en contra de inocentes.
Así también, la OTAN intenta demostrar poder frente al caos sirio, pero sobre todo frente a Moscú. Estados Unidos, Gran Bretaña y Francia, unidos por motivaciones estratégicas han señalado que reaccionarán frente a tan vil ataque. Misiles estadounidenses, británicos y franceses apuntan desde el Mediterráneo a bases militares sirias, pero todo esto en medio de tensas presiones políticas internas. Tanto Theresa May como Emmanuel Macron deberán considerar cualquier intervención militar en Siria como un paso cuasi irreversible frente a Moscú, Damasco y Teherán. Así además, deberán contar con el apoyo de sus respectivos parlamentos.
Trump, por su parte, no logra desmarcarse de sus problemas de legitimidad internos y, en segundo lugar, su intención de desmilitarizar Siria (explicitado hace menos de una semana), no se condice con el reciente y agresivo discurso de respuesta militar frente a lo que ya hemos escuchado hace años: ‘el uso de armas químicas representa una línea roja que no puede cruzarse. Cualquier intento de hacerlo significaría una respuesta decidida de Washington y sus aliados’. Recordemos que esto no sólo lo ha repetido Trump, sino que también Barack Obama durante ocho años; por supuesto sin efecto alguno. Y como no mencionar la ya conocida diplomacia de los 280 caracteres; desde su cuenta de Twitter, Trump ha explicitado a Siria, pero particularmente a Moscú, que se preparen para una respuesta militar. Moscú respondió rápidamente: ‘los misiles deben desplegarse sobre terroristas y no sobre gobiernos legítimos’. Y así la tensión aumenta de minuto a minuto.
Consideremos también a otros actores fundamentales del conflicto. De acuerdo a una serie de fuentes, fueron cazas-bombarderos F-15 del Estado de Israel quienes bombardearon hace sólo un par de días un aeropuerto de la fuerza aérea siria. Jerusalén (o Tel Aviv, de acuerdo con la óptica con que se mire) no lo ha confirmado, pero el hecho es que Israel no puede desmarcarse del conflicto. Hezbollah, el grupo islamista radical shiíta libanés es una fuerza militar muy poderosa que ha mantenido vivo al régimen sirio y su directa vinculación ideológico-militar con Irán es uno de los problemas de seguridad más serios para el gobierno de Benjamín Netanyahu. Y en medio de toda esta tensión, Arabia Saudita, en una confusa alianza (más bien informal, pero estratégicamente muy inteligente) con el mismo Estado de Israel, Estados Unidos y sus aliados de la OTAN (sobre todo Gran Bretaña), ha explicitado que no permitirá que Irán se apodere del control geopolítico del Oriente Medio desarrollando poder nuclear con fines armamentísticos.
Y así, lamentablemente, este último ataque con armas químicas se podría transformar en el chivo expiatorio de todos estos actores para consolidar una posición de poder regional. Mientras miles de sirios siguen muriendo sistemáticamente por un conflicto interno, regional e internacional, los grandes poderes se amedrentan mutuamente. Pareciera que ya no importan las víctimas, sino que solo la victoria del más fuerte sobre el más débil. Difícil de entender cuando los liderazgos políticos de cada uno de estos actores internacionales destacan, particularmente, por su impredecibilidad frente a situaciones de crisis.
La historia no se repite, resuena. El problema es que ahora no sólo resuenan los procesos históricos, sino que también los tambores de guerra. Mientras tanto, las víctimas inocentes siguen clamando por ayuda y compasión.
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