Estuve dos años y algo más sin pisar Santiago del Nuevo Extremo, la capital de nuestra larga y estrecha faja. Acabó de volver y lo que vi me dejó un sabor muy amargo.
Antes de explicar mi desazón, les voy a contar cómo fue la salida de la gran ciudad que tuvimos con mi compañera, el 18 de octubre de 2019. Pleno estallido social, con manifestaciones pacíficas y de las otras, por aquí, por allá y por acullá.
Teníamos pasajes para tomar un bus a las 10 de la noche, pero ya temprano era evidente que no sería igual que en anteriores visitas a la hija capitalina y su familia. Tipo 5 de la tarde, mi avispado yerno nos sugirió trasladarnos con maletas y canastos con huevos duros al terminar Los Héroes a ver si había alguna salida hacia el sur. ¡Bendita idea! En cuanto llegamos llamaban a viva voz a quien quisiera trasladarse a Valdivia de inmediato. Creo que ahí mismo comencé a creer en la suerte.
La salida fue hollywoodense. Parecía una película dramática, con la huida de refugiados del bando perdedor en medio de una guerra. No alcanzamos ni a meter las maletas en el compartimento inferior de la máquina. El auxiliar del bus nos pidió agacharnos por si llegaba una piedra perdida, no abrir las cortinas por ningún motivo y el conductor buscó las calles más solitarias que pudo encontrar y no encendió las luces ni cuando nos alcanzó la noche.
Respiramos algo más tranquilos cuando estuvo claro que habíamos salido de Santiago, pero pronto nos dimos cuenta de que avanzábamos sobre caminos de tierra. ¿Dónde estuvimos?
Más acá ya no hubo miedo, pero solo nos sentimos completamente seguros al tomar contacto con la sagrada cama propia.
Dos años después, por consultas médicas, volvimos a la metrópoli. Sin temores, pero con mucho cansancio, porque la remodelación ha dejado al aeropuerto AMB convertido en un laberinto gigantesco. Uno sale de un pasillo kilométrico para encontrarse con otro más grande. Cuando suplicábamos por un letrero que nos mostrara la salida, nos encontramos con un amigo que llevaba 36 horas tratando de irse al centro. Y eso que el espacio dedicado a los vuelos nacionales es un enano en comparación al terminal internacional. Por lo menos eso nos dijeron. Y eso que todavía no lo inauguran. Creo que va a salir más a cuenta irse a pie a Buenos Aires que caminar por dentro de Pudahuel.
Hasta ahí nomás lo alegre de la historia. Lo demás es preocupante. Y lo digo en serio, como siempre.
Desde el avión ya era posible observar un paisaje tristemente parecido a un desierto de esos utilizados para filmar westerns. El avance de la aridez es tan inocultable que lo único verde que encontramos al salir del edificio fue un radiopatrullas y unos cuantos letreros y palomas de candidatos a cores, diputados, senadores o presidente que llamaban la atención sobre el problema.
Ya en plena urbe la situación no variaba. Plazas y parques que hasta hace poco invitaban a caminar a pie pelado sobre el césped hoy no muestran más que terrones de todos los colores. No quiero parecer exagerado ni pintar un cuadro apocalíptico, pero es muy evidente que la desertificación salta a primera vista. No es que la pampa nortina haya llegado hasta el estado Nacional, pero si no hay cambios contundentes el panorama se va a poner aún más feo.
Siempre he considerado a Santiago como una ciudad con potencial para ser muy atractiva, no tanto como una que otra que he conocido más allá de nuestras fronteras, pero interesante y hasta bella sí lo es. Lamentablemente, no solo el cambio climático la afecta. Un amigo nos aconsejó ni acercarnos a los que un día fue la plaza Baquedano, Italia, Dignidad, o como quieran llamarla, porque allí la desolación es reina absoluta.
Por último, nos impactó ver desde muy cerca otro drama humano, las carpas de los migrantes instaladas sobre los bandejones centrales de la Alameda. No puede dejar de conmover la imagen de niños muy pequeños intentando jugar sobre el suelo que ya no tiene pasto, a centímetros de vehículos que se desplazan con rapidez, por las diversas y hasta atendibles razones que motivan a sus conductores.
Al volver, en medio de una lluvia que hizo tiritar al pájaro de hierro, nos quedó la conformidad de ver el eterno verde sureño y la inquietud por saber si algún día también puede verse jaqueado por la falta de agua que afecta al centro y al norte. Sería horroroso.
Por último, así como en Arturo Merino Benítez manda la amplitud, sería bueno que también Pichoy no siga convertido en una lata de sardinas cuando se junta un par de vuelos.
Nos vemos y que no queden con cola el domingo.
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