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“Padre Pancho”, el fraile que llegó a ser obispo de Osorno (Parte 1)

Por Pablo Santiesteban / 27 de noviembre de 2023 | 09:33
Fray Francisco y su estampa habitual con larga barba y de fondo el volcán Osorno. Crédito: Capuchinos de Chile.
[#HistoriasDiarioSur] Francisco Valdés va camino a lo altares. repasa su obra y misión por los caminos del sur.
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El 5 de febrero de 2020, a la entrada de la Catedral de Osorno, los fieles vieron a un fraile parado en el umbral del templo. El franciscano Jorge Concha Cayuqueo entró al templo, dejó su hábito café y fue investido como obispo de la Diócesis.

La ceremonia fue de significados profundos porque muchos recordaron en ese gesto a monseñor Francisco Valdés. Fue como un homenaje a la tradición que supo hacer este otro religioso del carisma de San Francisco de Asís que fue el primer obispo de Osorno.

Con su larga barba blanca, alto, hábito café y una cercanía a Dios que enternecía, el “padre Pancho”, como lo llamaba la gente, dejó una huella profunda en la zona sur del país, en especial como párroco de Pucón y como formador de la Diócesis de Osorno. 

Para muchos fue un profeta en tiempos difíciles y para otros ya es un santo, de hecho, su causa para la canonización está en marcha y ya fue declarado como Venerable por la Iglesia Católica, la que está a la espera de un milagro por intercesión de este fraile obispo para pasar a la beatificación, el paso previo a la canonización.

Pero ¿cómo se dio la vocación de este hombre que supo hacerse querer por todo un pueblo?

El verdadero nombre del “padre Pancho” fue Maximiano María Antonio Miguel Valdés Subercaseaux, nacido de una familia profundamente católica que formaron sus padres Horacio Valdés Ortúzar y Blanca Subercaseaux, matrimonio que también concibió al ilustre político chileno Gabriel Valdés.

En esa casa, junto a sus hermanos y bajo la influencia de varios tíos sacerdotes el pequeño Maximiano empezó a forjar una vocación religiosa.

Con el padre Tadeo de Río Bueno

Su madre soñó con Maximiano antes que naciera y un sacerdote le dijo: “este niño va a ser para ustedes una gran bendición y una gran alegría”. Nació el 23 de septiembre de 1908 en Santiago.

A los tres años se le manifestó una enfermedad intestinal de la cual morían muchos niños chilenos. Buscando una sanación lo llevaron a la misión capuchina de Río Bueno donde vivía el padre Tadeo de Wiesent que era conocido por curar enfermedades con la terapia de Kneipp.

Los padres y el niño viajaron en tren por innumerables estaciones hasta llegar a La Unión, un total de 25 horas de viaje y tomaron un coche tirado por dos caballos. Su madre relata así la llegada a Río Bueno, de acuerdo al libro “Fray Francisco Valdés Subercaseaux” escrito por Margarita Valdés, hermana del religioso:

“Después de cerca de dos horas de zangoletearnos por un muy áspero camino, llegamos a un puente de madera tirado sobre un precioso río, en cuyas plácidas aguas, bordeadas con fresca, deliciosa vegetación, se pintaba el ópalo de un suavísimo cielo crepuscular”, relata.

Los Valdés llegaron a la antigua Pensión Herrmann donde había más familias santiaguinas que buscaban al padre Tadeo y que ya en 1910 había atendido al mismísimo presidente Pedro Montt, a quien le vaticinó que su enfermedad ya estaba muy avanzada y que nada podía hacer.

El padre Tadeo atendió al niño, pero tras examinarlo aseguró a la madre que Maximiano se iba a sanar en semanas y añade a la madre: “Es usted la que está enferma”. Exacto, el padre Tadeo auguró la sanación y atendió a Blanca Subercaseaux que finalmente tenía un problema en su vesícula, por lo que estuvo en Río Bueno tres meses recibiendo terapia hasta su sanación.

Una nota bajo la puerta

A los 17 años la familia Valdés viajó a Europa y es en ese viaje que decide consagrarse a Dios. En 1927 ingresó al Pontificio Colegio Pío Latino Americano para hacerse sacerdote, pero hubo varias situaciones que lo motivaron a pensar en la vida de fraile.

En 1928, llegó a sus manos el diario “L’ Osservatore Romano” y leyó la noticia de un incendio en la misión capuchina de Valdivia y la muerte de dos frailes bávaros, padres Albuino y Eucario. La noticia lo impacta y va a su mente los recuerdos del padre Tadeo, los viajes al sur, los frailes barbudos que conoció en sus vacaciones y las conversaciones en alemán.

“La sangre se detuvo en mis venas y quedé como enajenado. Un signo como este no podía ya quedar sin respuesta”, escribiría el propio Maximiano Valdés y decide hacerse fraile y vivir como San Francisco de Asís.

En aquellos años las familias connotadas sentían orgullo por tener en sus filas a un abogado, un médico y un sacerdote, pero un fraile era impensado. Maximiano sabía que hacerse fraile era alejarse de las riquezas y hasta de sus seres queridos para siempre. Igual adoptó la decisión, pero no sabía cómo.

Un día en Roma, paseando con sus compañeros seminaristas cerca de los muros de un monasterio de las capuchinas, se agachó y deslizó un papel debajo de la puerta del convento. La carta era para la abadesa y en ella se presentaba, le indicaba sus intenciones y le pedía oración de todas las monjas para cumplir con sus ideales.

En 1930 ingresa a la orden de los Hermanos Menores Capuchinos de Baviera y adopta el nombre de Francisco José de San Miguel. Se convierte así en el primer chileno en hacerse capuchino. El hombre viejo da paso al hombre nuevo.

En San José de la Mariquina

El hermano Franciscano se formó como capuchino en Alemania e Italia, recibe el grado de doctor en Teología y anhela convertirse en misionero en la Araucanía con el pueblo mapuche.

Luego de hacer su profesión religiosa perpetua es ordenado sacerdote en Venecia el 17 de marzo de 1934 y al año siguiente lo envían al Vicariato Apostólico de la Araucanía. Creía que iba a ser misionero, pero, muy a su pesar, lo nombran profesor de filosofía del Seminario Mayor San Fidel de San José de la Mariquina. El voto de obediencia pesó y selló su compromiso de rodillas y besando la tierra como era la costumbre capuchina.

Sus primeros alumnos de Dogmática fueron seis teólogos, tres estudiantes alemanes, dos chilenos y un mapuche desde marzo de 1935.

Fray Francisco estuvo cuatro años en San José de la Mariquina y en 1939 fue designado vicario cooperador en la parroquia de Boroa y director espiritual de la congregación de las Hermanas Misioneras Catequistas de Boroa.

Por fin misionero

Con un grueso poncho negro encima de la sotana, con un sombrero de ala grande y aguantando la lluvia a lomo de un caballo Fray Francisco cumplió su sueño de ser misionero entre los mapuches.

Se convirtió en párroco de Pucón en 1943 y junto al lago Villarrica se le ocurren obras para ayudar a sus semejantes. En esos años no existía un hospital y se da a la tarea de reunir recursos para ese recinto.

En 1947 el diario El Mercurio destaca la exposición de acuarelas de Blanca Subercaseaux y de su hijo Fray Francisco y con la venta de sus cuadros reservan el dinero para el hospital de Pucón. “Cada acuarela vendida puede representar una cama”, destaca el diario.

El religioso crea en la tela paisajes del sur, recrea los volcanes y lagos. “Donde nadie civilizado ha posado sus plantas, ha venido a entrar este frailecito santo que es, a la vez, el más audaz y rezador andariego”, relata la edición del 24 de agosto de 1947 de El Mercurio.

En 1947 se inaugura el hospital en Pucón y pronto llegarían más obras: el Monasterio de Santa Clara de las hermanas clarisas capuchinas, la gruta de Nuestra Señora de Lourdes en la península de Pucón, capillas en Caburgua, Huife y la Iglesia San Sebastián de Curarrehue en 1953; el Cristo de Antumalal, ubicado a la entrada de Pucón, y el Cristo del Tromen, ubicado en el Paso Internacional Mamuil Malal de Curarrehue, en la frontera entre Chile y Argentina.

La fama del fraile cruzó fronteras y llegó hasta el Vaticano y el 16 de septiembre de 1956 el Papa Pío XII le encomienda una nueva misión, convertirse en el primer obispo de la Diócesis de Osorno.

Nuevos desafíos le esperarían con apenas 48 años cumplidos.

 

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