Por Pablo Santiesteban
Caminaba en cuatro patas, tenía pelos en el cuerpo y cicatrices en la piel, gruñía y cuando se sentía amenazado mordía o rasguñaba, pero no se trataba de un animal salvaje.
Así encontraron en Las Cascadas, cerca de Puerto Varas, a Vicente Caucau, un niño de diez años en estado totalmente salvaje y que la prensa de la época bautizó como el “Niño lobo” o “Niño Tarzán”.
En plena década de los 40' del siglo XX, la población de Las Cascadas estaba intrigada por un extraño ser que robaba huevos, queso o azúcar en las casas de los campesinos, que encontraban las ubres de sus vacas con extrañas lesiones.
Había denuncias, pero no se hallaba al culpable y parecía raro que un animal como un zorro o un puma no atacara a las aves de crianza y sí se llevara los huevos.
La superstición hacía pensar que el involucrado en los extraños robos era un ser fantástico de la mitología chilota, el imbunche, un hombre deforme asociado a historias de brujos y encantamientos.
Según relatos de la prensa de ese entonces, fue el cabo José Fuentealba Solís, del retén de Carabineros de Río Pescado, quien encabezó la búsqueda del animal junto a lugareños y algunos perros.
Fue un 10 de agosto de 1948 que este grupo se llevó una gran sorpresa al encontrar a este imbunche que se movía en cuatro patas. Alguien intentó atraparlo y el ser lo mordió en el brazo con una fuerza impresionante, pero finalmente lo atraparon.
El animal, el ser mitológico, no era más que un niño de unos diez años, con una musculatura desarrollada para su edad, pelo largo y que no pronunciaba ni una sola frase clara.
De inmediato lo llevaron al retén de Río Pescado para que pasara la noche y al día siguiente lo trasladaron a la cárcel pública de Puerto Varas, pero el niño nuevamente se escapó.
Horas más tarde lo encontraron y, según lo que contó el cabo Fuentealba a la prensa, lo halló engulléndose un pescado crudo cerca del río Tepu.
El niño estuvo siete días en la cárcel de Puerto Varas y pese a que la noticia se había hecho correr nadie lo fue a buscar, lo que hizo suponer que no tenía familiares.
No decía palabras, aunque pronunciaba como un susurro “caucau“.
El “Niño Tarzán” fue llevado a un hospicio en Recoleta, Santiago, y ahí unas monjas lo cuidaron. En ese hospicio lo bautizaron como Vicente Enrique de la Purísima.
Gran parte de lo que se relata de la vida posterior de Vicente se basa en el libro “Crónica de un niño lobo” que publicó en parte en tono de autobiografía y en parte en tono de novela Cristian Vial, quien conoció en persona al protagonista de esta historia.
Las monjas trataron de enseñarle a hablar y que reconociera los colores. Le cambiaron sus hábitos alimenticios y aprendió a usar cubiertos.
Pero la persona con la que Vicente logró especial relación fue con Berta Riquelme, una profesora normalista, pariente de uno de los psiquiatras que estudiaban el caso del niño, el doctor Gustavo Vila.
Berta lo adoptó como si fuera su propio hijo y ella inició un proceso de enseñanza, incluido la realización de labores domésticas.
Sin embargo, su lado salvaje nunca lo abandonó y se decía que tenía habilidad para subirse a los árboles, un olfato desarrollado y visión nocturna privilegiada.
De acuerdo a lo recopilado en publicaciones de The Clinic y Publimetro y en un video del canal En Presencia, subido a Youtube, Berta Riquelme se llevó a Vicente a Villa Alemana y ahí el niño comenzó a sentir por primera vez la vida de una familia y afecto.
La profesora vivía en una quinta y Vicente podía estar horas disfrutando de ese lugar.
En menos de un año el niño ya había mostrado progresos en su vocabulario y pudo comunicarse mejor con su madre adoptiva.
Con un lenguaje mezclado de palabras y gestos, Vicente contó a su mamá Berta –como él la llamaba- lo que era su vida en el bosque del sur y por qué llegó ahí.
En una bitácora, Berta escribió que Vicente le había contado que su madre biológica era alcohólica y lo abandonó cuando era muy pequeño y que vivía con su padre, también alcohólico, y otros hermanos.
En 1953 el diario El Llanquihue de Puerto Montt dio con el paradero del padre de Vicente, un hombre llamado Antolín Caucau –la enigmática palabra que susurraba el niño- y este relató que el verdadero nombre del niño era José Mercedes Caucau Barría y que se perdió cuando tenía apenas cuatro o cinco años.
Tal vez la situación de abandono del niño hizo que se escapara de lo que era su hogar y se internara en el bosque, lo asombroso es que lograra sobrevivir tantos años sin problemas hasta que fue encontrado. ¿Cómo lo logró?
En esa bitácora, mamá Berta relató que Vicente le confesó casi como si fuera una teatralización que en el bosque se encontró con una puma, pero en vez de atacarlo, lo amamantó como si fuera uno más de sus cachorros.
Tal vez por eso se acostumbró a caminar en cuatro patas, incrementó su musculatura y visión nocturna y adquirió vello corporal. Tal vez la madre naturaleza le da aptitudes a quiénes se adaptan mejor a ella.
Más adelante, durante su vida en Santiago, visitaba el zoológico del Cerro San Cristóbal y, según cuentan, tenía predilección por los pumas a los que podía observar en silencio por largo rato.
En 1959, cuando Vicente tenía 21 años sufrió la pérdida más dolorosa de su vida, su mamá Berta falleció.
Según el libro de Cristian Vila, fue tanto el impacto que el ahora joven Caucau iba todos los días al cementerio a visitar su tumba. No tenía la noción de lo que significaba la muerte y todos los días regaba la tumba de mamá Berta.
Los psiquiatras habían diagnosticado que Vicente tenía la edad mental de ocho años por lo que para él jugar con niños era lo más natural del mundo.
Llegaron a la conclusión que durante su nacimiento, tal vez por cesárea, al sacarlo con fórceps le hicieron daño en el lóbulo frontal de su cerebro, lo que explicaría que su edad mental se quedara en la de un niño.
Tras la muerte de Berta, el joven se fue a vivir a la casa del psiquiatra Gustavo Vila y se crió con los hijos de este en su casa de Ñuñoa.
Según The Clinic, en 1964 decidió regresar a Puerto Varas, luego de una pelea con los Vila. Se cuenta que en el aeropuerto estaba el candidato a Presidente de la República, Julio Durán, quien era entrevistado por los periodistas, pero cuando estos reconocieron a Vicente dejaron al político y comenzaron a sacarle fotografías.
Vicente no alcanzó a durar cuatro días en Puerto Varas y regresó con los Vila. Pronto encontró otro lugar que fue su fascinación, el balneario de Horcón donde su familia adoptiva pasaba los veranos.
Al principio la gente miraba con recelo a este extraño hombre que se comportaba como un niño y que cuando tenía rabietas se arañaba y rompía la ropa. Poco a poco lo fueron aceptando.
Cuando el doctor Vila falleció, Vicente se escapó a Horcón y llegó hasta el negocio de la familia Caballería Rodríguez, conocidos de los Vila y terminaron por incorporarlo a su vida.
Sin embargo, en el año 2000 un hermano biológico lo fue a buscar a Horcón y se lo llevó.
Cuatro años después, el hijo del doctor Vila, Cristian, recibió una llamada telefónica desde el sur. Una mujer que se identificó como hermana de Vicente les explicó que el hermano que se lo había llevado había fallecido y que ahora él vivía con ella hace dos meses, pero que no podía cuidarlo.
Vila pidió hablar con Caucau y desde el otro lado del auricular escuchó su voz: “Ven a buscarme”. En ese momento, recordó su infancia junto a ese niño grande, lloró por su “hermano” y le pidió que regresara.
Así, Vicente Caucau volvió a la casa de los Caballería Rodríguez y Vila le organizó un asado de bienvenida.
Pero Vicente ya no era el mismo. Era un anciano y su salud había decaído, tenía problemas estomacales y sufría de hipertensión.
Un día un anciano Vicente se desplomó en el suelo y los Caballería corrieron asustados a auxiliarlo, de pronto se incorporó, riéndose por su broma. En medio de las risas dijo de pronto “Vicente va a morir. Todos lloran a Vicente”. Guardaron un incómodo silencio, como si fuese una profecía.
Un 30 de octubre de 2010, el niño-lobo partió de este mundo y su cuerpo descansa en el cementerio de Puchuncaví. Tiempo atrás él mismo había anunciado que ese sería su último lugar de reposo y hasta se revolcó en la tumba como midiendo que su cuerpo pudiera entrar en ella.
Cristian Vila escribió una novela titulada Crónicas de un niño-lobo (1999) donde relata algunos pasajes de la vida de Vicente Caucau, una historia que une la fuerza salvaje de la naturaleza con el lado más profundo de lo que forma a un ser humano.
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